Analizamos My Friendly Neighborhood

My Friendly Neighborhood es como ese colega que parece buena onda, sonriente, simpático… pero que de repente te suelta una historia turbia que te deja pensando toda la noche. A primera vista tiene colores vivos, marionetas que parecen salidas de un programa infantil olvidado y un rollo medio kitsch, pero detrás de esa fachada hay una joya que te engancha desde el minuto uno.

Empiezas siendo un técnico cualquiera, que simplemente va a desconectar una emisora vieja que se puso a transmitir sin motivo. Pero cuando entras en ese edificio, te topas con un batallón de marionetas que no están bien de la cabeza. No son monstruos feos ni criaturas grotescas. Son títeres con sonrisas amplias, vestiditos ridículos y voces dulces… que te quieren dar amor a base de palazos. Lo perturbador está en que todo se siente como un sitio en el que deberías estar seguro, pero algo no cuadra y eso te atrapa.

Y el juego, en vez de irse por lo fácil —sustos a lo loco o tripas por todos lados— apuesta por el mal rollo que se te queda pegado en la piel. ¿Sabes esa incomodidad de escuchar una canción infantil fuera de contexto, en un sitio oscuro? Pues esa vibra. Y lo logra sin pasarse ni volverse grotesco: todo está medido para que te mantengas alerta pero también curioso, con ganas de explorar más.

Los personajes son un puntazo. No hay relleno. Cada puppet que te encuentras tiene su personalidad marcada, sus frases únicas, su forma de interactuar contigo. Es como si te metieras en un universo donde cada uno tiene su propia historia. Hay marionetas que simplemente te observan, otras que te recitan como si fueras parte del público en su show… y otras que quieren enseñarte la “lección” a golpes. Pero lo que realmente brilla es que ninguno de ellos se siente genérico. Todos aportan a la atmósfera, a la narrativa, al caos emocional que te genera estar ahí dentro.

Y ojo al sistema de combate. Aquí no vas a lo bruto, no es de ir disparando a lo loco. Usas balas con letras, como si tus ataques fueran parte de una lección escolar. Es irónico, creativo y le da un sabor único al gameplay. Y encima, cuando tumblas a un puppet no basta con dejarlo ahí tirado. Si no lo “tapeas” con cinta, el desgraciado se levanta como si nada. Eso le da un ritmo tenso al juego, porque no puedes darte el lujo de ignorar lo que ya pasó.

Los puzzles son otro acierto. No están ahí solo para entretener. Te hacen pensar, conectar piezas, rebuscar en las esquinas, entender el porqué de todo lo que ves. No se siente como un relleno, se siente como parte fundamental de la experiencia.

Lo técnico también sorprende. No necesita ser un blockbuster para destacar. Los escenarios están llenos de detalles: posters viejos, decorados polvorientos, zonas que parecen abandonadas hace años pero que siguen respirando historia. La música va muy en sintonía: ruiditos raros, canciones que parecen salidas de casetes olvidados, voces que te hablan como si fueras parte de un show educativo… pero con la intención de dejarte tiritando. Todo se junta para crear una atmósfera única, inolvidable.

En resumen, este juego no es solo “bueno”. Es de esos títulos que te hacen reconectar con lo que puede lograr un equipo creativo cuando no se rige por las normas del mercado. Tiene estilo, tiene corazón, tiene ese tipo de locura que se siente auténtica. No copia a nadie, no sigue modas, se planta y dice “esto es lo que somos” con orgullo. Y tú, como jugador, te lo crees.

Si te gusta lo diferente, lo que te hace reír nervioso y luego pensar, este juego es para ti. Es como meterte en una obra de teatro bizarra con actores de trapo que están más vivos que muchos personajes en juegos triple A. Una experiencia que no solo se juega… se vive.


Aquí os dejamos el tráiler de lanzamiento: