Analizamos Demolish & Build 3

Demolish & Build 3 no se anda con rodeos. Es ese tipo de juego que te dice: “Toma, aquí tienes una excavadora, unos martillos neumáticos, y una empresa en pañales… apáñatelas.” Y tú, encantado, te lanzas al lío. Aquí no vienes a salvar el mundo ni a vivir aventuras épicas: vienes a romper muros, levantar estructuras y lidiar con el bendito papeleo que toda obra lleva detrás. Es una simulación muy física, casi terapéutica, donde el ruido del taladro se convierte en banda sonora y el polvo digital en compañero de jornada.

Desde el minuto uno, el juego te lanza maquinaria como si fueran cartas en una partida de póker. Tienes desde el clásico bulldozer (ese tractor gigante con pala frontal que arrasa con todo como si fuera una bestia metálica sin piedad), hasta grúas, martillos hidráulicos, retroexcavadoras, y camiones con volquete que te hacen sentir el jefe del sitio, aunque tu oficina sea una furgoneta vieja y un contenedor. Cada máquina tiene su maña. No basta con subirse y pisar el acelerador. Hay que manejarlas con mimo, entender cómo giran, cuánto pesan, cómo se comportan según el terreno. Y sí, a veces los controles son un poco rebeldes, como esos vehículos que parece que tienen vida propia, pero parte del encanto está en dominarlos.

Uno de los grandes logros del juego es que, aunque el ritmo sea tranquilo y a ratos repetitivo, te engancha por lo meticuloso. Te ves gestionando recursos, encargando materiales, contratando peones que no siempre hacen lo que deberían (como en la vida real, vamos), y poco a poco ves cómo tu empresa va creciendo. Lo bonito es que tú te ensucias las manos. Aquí no se delega. Tú demueles, tú construyes, tú llevas la excavadora como si fueras parte de una cuadrilla de toda la vida. Y esa sensación de “esto lo he hecho yo”, aunque sea con píxeles, tiene su magia.

El sistema económico también tiene tela. No basta con romper edificios viejos y montar nuevos. Hay que saber qué aceptar, cuándo invertir, cuándo renovar maquinaria. Esa grúa oxidada que al principio parecía un juguete de feria luego te salva el pellejo en obras más complejas. Y cuando compras tu primera máquina nueva, reluciente, con el motor rugiendo, sientes un orgullo que ningún juego triple A te da. Es como decir “ya estamos creciendo, chavales”.

Visualmente, no es que te vuele la peluca, pero tampoco hace falta. Los entornos tienen ese aire industrial y funcional que va al grano. Lo importante es la física, cómo se caen las paredes, cómo se rompen las estructuras, cómo el suelo vibra cuando metes la perforadora a fondo. El sonido acompaña: ruidos de obra, motores que bufan, cristales que se hacen trizas… y algún que otro efecto que te hace levantar la ceja y pensar “uy, eso sonó más a juguete que a maquinaria de verdad”, pero se le perdona.

Claro, también tiene sus patinazos. A veces las misiones se repiten más que el ajo, y hay momentos en los que parece que todo consiste en transportar escombros sin mucho sentido. El multijugador está ahí, pero no aporta demasiado. Es más un “mira, si quieres jugar con colegas, adelante” que un modo realmente trabajado. Y aunque las físicas en general responden bien, hay máquinas que parecen patinar sobre hielo, lo que choca un poco cuando estás en plena demolición fina.

Pero al final del día, cuando apagas el juego, te queda esa sensación de haber construido algo. De haber vivido una jornada laboral intensa, sin estrés pero con mucha faena. Demolish & Build 3 no será el juego que todo el mundo recomienda, ni el que verás en las vitrinas, pero tiene alma. Tiene ese ritmo de trabajo que engancha, esa satisfacción de ver cómo todo cobra forma a golpe de maquinaria pesada. Y si te gustan los juegos donde el progreso se palpa, donde cada máquina es una extensión de tu estrategia, y donde el polvo virtual se convierte en medalla, este título tiene bastante que ofrecer.


Aquí os dejamos el tráiler de lanzamiento: