Analizamos Islanders: New Shores
Islanders: New Shores es como esa tarde sin preocupaciones en la que te tiras en el sofá, pones música suave y simplemente fluyes. Es un juego que no te va a exigir nada, no te va a bombardear con tutoriales larguísimos ni con decisiones que cambian el destino del universo. No. Este juego es puro chill. Es como decirle a tu cerebro: “Relájate, vamos a poner casitas en una isla y disfrutar el proceso.”
Empiezas en una islita vacía que parece decirte: “Haz lo tuyo.” Te dan un pack de edificios y tú decides dónde colocarlos para sacar la mayor puntuación. Pero no se trata solo de ponerlos donde quepan, porque cada uno tiene sus preferencias, como si fueran personajes con personalidad. El aserradero ama los árboles como si fueran su familia, las mansiones quieren estar rodeadas de lujo, y las tabernas… bueno, ellas solo quieren fiesta, pero a las casas pijas no les hace ni pizca de gracia tenerlas cerca. Es como gestionar el barrio ideal sin vecinos pesados.
El sistema de juego es sencillo pero con su chispita de estrategia. Colocas edificios, sumas puntos, y si alcanzas el mínimo requerido, desbloqueas otro pack. Si no, pues fin de la partida y a empezar otra ronda. Pero aquí viene la gracia: cada isla es distinta, el terreno te obliga a pensar diferente, y muchas veces te quedas mirando la pantalla diciendo: “Uff, este molino no cabe ni de coña, ¿y ahora qué hago?”
Puedes mover los edificios antes de colocarlos, girarlos, explorar todas las esquinas del mapa buscando el hueco perfecto. Es como montar un rompecabezas zen, donde cada pieza tiene que encontrar su lugar ideal. La cuadrícula del suelo te ayuda, aunque a veces parece tener ideas propias y te da ganas de hacerle una “obra de teatro con gritos”. Pero respiras hondo, porque el juego tiene una banda sonora suave, casi terapéutica, y el estilo visual es como crema para los ojos. Colores pastel, sombras sutiles, y una calma que te envuelve sin darte cuenta.
Hay modo sandbox para cuando te apetece construir sin presión de puntuación. Aquí es pura creatividad: haces lo que te dé la gana, decoras la isla como si fueras un influencer del urbanismo, y te relajas con la satisfacción de que nadie te va a juzgar por poner una torre al lado de una cabaña. Y si te da por presumir, el modo foto con filtros bonitos está para eso: capturas la postal perfecta y listo.
Ahora, si vienes del primer Islanders, esto te va a sonar familiar. En esencia, es el mismo juego, pero con más variedad: nuevos biomas, edificios, y esos “Bons” que te dan bonus si los colocas bien. No esperes una historia épica ni una progresión estilo RPG. Esto es más como una siesta interactiva con toques de estrategia.
Eso sí, el azar puede jugarte alguna mala pasada. Hay mapas en los que no hay manera de cuadrarlo todo bien, y te frustras un poco. Pero el juego tiene ese efecto “va, una más y me voy”, y sin darte cuenta, llevas cuatro rondas diciendo lo mismo.
Así que, si lo que buscas es apagar el ruido del mundo, colocar edificios como si fueras un dios del urbanismo zen y dejarte llevar por la tranquilidad de hacer algo bonito sin prisa, Islanders: New Shores te va a caer como un abrazo. Y si no… oye, al menos es una experiencia que te hace sonreír y pensar: “qué gusto da jugar sin complicaciones.”
Aquí os dejamos el tráiler de lanzamiento: