A Dream About Parking Lots: el juego que me hizo terapia buscando el coche
Imagínate esto: arrancas el juego y lo primero que ves es un parking. No un parking épico, ni uno futurista, ni uno lleno de coches voladores. No. Un parking normal. Gris. Vacío. Con columnas que parecen sacadas de un centro comercial en domingo por la tarde. Y tú estás ahí, solo, con un mando a distancia que hace “bip bip” y enciende las luces del coche. Pero el coche no está. Y tú tampoco sabes muy bien por qué lo estás buscando. Y entonces, ¡zas!, aparece una voz. No es la de un narrador épico ni la de un personaje misterioso. Es tu terapeuta. Así, sin anestesia. Te habla como si estuvieras en medio de una sesión de psicoterapia, pero tú solo querías jugar un rato. Y ahí empieza el viaje.
Porque A Dream About Parking Lots no es un juego. Es una trampa emocional. Es como si alguien hubiera metido tus inseguridades en un saco, las hubiera mezclado con cemento y las hubiera esparcido por un parking infinito. Cada paso que das te lleva más lejos de tu coche, pero más cerca de ti mismo. Y no hay mapa. No hay HUD. No hay “objetivo principal”. Solo tú, el eco de tus pasos, y preguntas como “¿Por qué te cuesta tanto dejar ir las cosas?” o “¿Qué representa ese coche para ti?”. Y tú, que pensabas que esto iba de encontrar el coche y largarte, te das cuenta de que el coche es una excusa. Lo que estás buscando es otra cosa. Algo que ni tú sabes.
Y lo mejor (o lo peor, según cómo lo mires) es que el juego no te da respuestas. No hay final revelador. No hay escena post-créditos con una voz diciendo “lo hiciste bien”. Hay un coche. A veces. O no. Y cuando lo encuentras, si lo encuentras, no hay fuegos artificiales. Solo silencio. Como si el juego te dijera: “Vale, ya lo tienes. ¿Y ahora qué?”. Y tú te quedas ahí, con el mando en la mano, mirando la pantalla, sintiéndote raro. Como cuando terminas una conversación profunda con alguien y no sabes si abrazarlo o salir corriendo.
Visualmente, el juego es un poema minimalista. Nada de florituras. Todo es funcional, casi feo, pero con intención. Las sombras están ahí para que te sientas pequeño. Las columnas para que te pierdas. Los coches para que dudes. Y el cielo, siempre gris, como si el juego supiera que estás en modo introspectivo. Es como si el diseñador hubiera dicho: “Vamos a quitar todo lo bonito y dejar solo lo que duele”. Y funciona. Porque cada rincón del parking parece tener algo que decirte. Aunque no hable.
La jugabilidad es tan simple que da risa. Caminas. Usas el mando. Escuchas. Respondes. No puedes correr. No puedes saltar. No puedes hacer nada que te distraiga. Y eso es lo que lo hace potente. Porque te obliga a estar presente. A mirar. A escuchar. A sentir. Es como si el juego te dijera: “No te escapes. Quédate aquí. En este parking. Con tus pensamientos”. Y tú, que pensabas que ibas a jugar algo indie y curioso, te das cuenta de que estás teniendo una conversación contigo mismo. En silencio. Con un mando que hace “bip bip”.
Y lo más loco de todo es que, cuando terminas, no sabes si te ha gustado. No sabes si lo recomendarías. No sabes si ha sido una obra maestra o una tomadura de pelo. Solo sabes que te ha removido. Que te ha hecho pensar. Que te ha hecho sentir. Y eso, es lo que tú llamas “alma”. Este juego la tiene. Aunque esté escondida entre coches mal aparcados y preguntas incómodas.
Es el tipo de juego que te apetece comentar en Twitter con una imagen pixelada y un texto tipo: “Acabo de jugar a un parking y creo que he descubierto que tengo miedo al abandono”. Y la gente te responde con emojis de coches y corazones rotos. Porque sí, es absurdo. Pero también es real. Es como si el juego fuera un espejo. Uno que no te juzga, pero tampoco te deja escapar.
Y si me preguntas si vale la pena… pues mira, por cinco pavos y media horita de tu vida, te llevas una experiencia que no se parece a nada. Es como una sesión de terapia disfrazada de videojuego. Como un poema visual que te habla sin palabras. Como un sueño raro que no entiendes, pero que te deja tocado. Y eso, en estos tiempos de ruido y prisas, es un regalo.
Aquí os dejamos el tráiler de lanzamiento: