Del óxido al oro: Junkyard Builder convierte la basura en vicio puro
Junkyard Builder para PS5 es como si te dejaran solo en un vertedero con una caja de herramientas, un sueño capitalista y cero supervisión. Y funciona.
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Desde el primer minuto, el juego te lanza a un terreno que parece el backstage de una peli de Mad Max, pero sin explosiones ni guitarras flamígeras. Solo tú, un montón de chatarra, y la promesa de convertir ese caos en oro. ¿Cómo? Recogiendo, clasificando, reparando y vendiendo. Es como si el espíritu de Marie Kondo se hubiera reencarnado en un mecánico con síndrome de Diógenes.
La jugabilidad es sencilla pero adictiva. Empiezas recogiendo objetos que parecen sacados de una casa abandonada por extraterrestres: lavadoras con traumas, sillas que han visto guerras, y coches que piden jubilación a gritos. Poco a poco, vas desbloqueando herramientas, estaciones de trabajo y mejoras que te permiten restaurar, reciclar y revender. Y cuando por fin vendes tu primer objeto restaurado, te sientes como el Steve Jobs del desguace.
¿Los controles? Al principio parecen diseñados por alguien con guantes de boxeo, pero una vez que te acostumbras, entras en un flow rarísimo pero satisfactorio. Hay algo terapéutico en limpiar un espacio lleno de mugre y convertirlo en un showroom de objetos rescatados. Es como jugar al simulador de “mi tío Paco y su taller improvisado”, pero con menos cerveza y más logros desbloqueables.
Visualmente, no es un portento técnico, pero tiene ese encanto indie que le da personalidad. Los colores son vivos, los objetos tienen ese toque de “esto lo he visto en casa de mi abuela”, y el conjunto transmite una estética de caos con cariño. El sonido acompaña sin molestar, aunque a veces parece que estás en una rave de taladros. Y sí, hay bugs. Objetos que flotan, físicas que se van de vacaciones, y alguna que otra herramienta que decide rebelarse. Pero en vez de frustrar, te hacen reír. Es como si el juego te dijera: “Tranquilo, esto es parte del encanto”.
No hay historia épica ni narrativa profunda, pero eso no importa. Junkyard Builder no quiere ser un drama existencial. Quiere que te ensucies las manos, que te rías, y que te sientas útil. Ideal para sesiones cortas, aunque cuidado: es como comer pipas, empiezas por uno y acabas tres horas después con un imperio de reciclaje y una sonrisa tonta.
¿Es perfecto? No. ¿Tiene alma? Muchísima. Y en un mundo lleno de juegos que se toman demasiado en serio, este te invita a relajarte, a disfrutar del proceso, y a celebrar el caos. Si alguna vez soñaste con montar tu propio negocio de chatarra sin salir de casa, este es tu momento.
Aquí os dejamos el tráiler de lanzamiento:





